Inicié la ruta en la estación de Logrosán. A la izquierda podremos ver la iglesia de San Mateo que destaca por encima de los tejados. Más arriba, al fondo, el Cerro de San Cristobal.
El suelo de la Vía de es de grava, con dos zonas, una sobre una capa de asfalto que facilita la movilidad en bicicleta; la segunda zona, sobre tierra compactada . Como todas las Vías Verdes, el camino es llano, sin embargo, en ocasiones, la capa de grava es tan profunda que dificulta el movimiento de la bicicleta.
Los primeros pasos discurren por un terreno apenas sin árboles con pastos para ganado ovino y bovino. A estas alturas del año, los pastos están verdes y es un placer pedalear por estos caminos con un pedaleo alegre y festivo. Una de las sorpresas es encontrar un nido de cigüeñas con un indeterminado número de cigüeñinos sobre uno de los antiguos postes del cableado eléctrico de la vía, sobre los que se han puesto plataformas para facilitar el anidamiento. Las cigüeñas me miran sorprendidas, expectantes, ya que son pocos los caminantes y ciclistas que se aventuran por esta vía. En todo el trayecto, de 55 km de distancia apenas me encontré con un pequeño grupo de ciclistas a los que saludé como si llevara años de soledad.
Poco a poco te ves rodeado de dehesas de encinas, esencialmente. Una dehesa llena de vida, espectacular en los colores, de encinas fuertes, de troncos retorcidos a veces, otras rectos. No creo en los estereotipos que clasifican a las personas, pero estas encinas me hacen pensar en la mujer extremeña como una mujer de carácter recio, fuerte y a la vez acogedora y protectora de todos sus hijos, porque así es también la encina.
El corazón me da un salto de alegría cuando veo, en el lado izquierdo de mi recorrido, un paraje donde la dehesa se está regenerando, protegiendo las nuevas encinas para que salgan adelante. La dehesa es un ecosistema muy bien conservado en amplias zonas pero frágil y con peligro de desaparecer , en otras, debido a la pérdida de los usos tradicionales del campo si bien en esta zona hay bastante ganadería, lo que hace que se mantenga en bastante buen estado, sin llenarse de matorral bajo como sucede allá donde se abandonó la ganadería. Otro de los problemas es la seca, una enfermedad provocada en la encina y que se debe a diversos factores, entre ellos la acción de un hongo, la phytophthora, un hongo que proviene de Australia. El hongo está presente en amplias zonas si bien su efecto es destructivo si se dan otras circunstancias: excesiva compactación de la dehesa, el labrado de los suelos, las sequías prolongadas y la contaminación del aire, según los expertos.
Continúo mi camino y un grupo de buitres leonados pasan por encima de mi cabeza, comienzan a girar y por un momento pienso si vienen por mí...
Como decía el poema de Blas de Otero:
“ Me llamarán, nos llamarán a todos.
Tú, y tú, y yo, nos tornaremos,
en tornos de cristal, ante la muerte.
Y te expondrán, nos expondremos todos
a ser trizados ¡zas! por una bala.
Bien lo sabéis. Vendrán
por ti, por ti, por mí, por todos.
Y también
por ti”
Bien creí que venían por mí. Tal vez , los buitres, vean más allá de donde yo mismo veo. A fin de cuentas morir es seguir un camino sin horizontes, andar un camino hacia la nada , llegar a una encrucijada y elegir el camino equivocado, o el más fácil... Simplemente sentí una angustia cadavérica y los buitres lo notaron.
A lo largo del camino sigo viendo los antiguos postes de la luz. Muchos de ellos parecen estar vivos, coronados por nidos de cigüeñas. Otros quedaron solos, con los hilos cortados, aislados del fluido eléctrico que transforme la corriente de sus vidas, pero murieron de soledad...
Llego a la primera estación, la de Zorita. Edificios viejos, medio destruidos. Me pregunto para qué viajeros fueron construidos. Ya no recibirán a ninguno, nadie se bajará en sus andenes, nadie dejará atrás historias, nadie viajará en los vagones de ningún tren. Y hay algo que me acongoja: el abandono, la tristeza de los edificios.
Veo las farolas de la estación y me pregunto por tantas cosas.¿Qué pensarán las farolas? Dejaron escapar su luz y no alumbrarán ningún beso de despedida, no recibirán a un viajante con su vieja maleta cargada de cachivaches inútiles, no despedirán al emigrante en su viaje buscando una nueva vida, no iluminarán pasajeros mirando a través del cristal de una ventana y dejarán escapar historias imposibles, de amores, de huidas, de valentía, tantas historias...
El tramo entre las estaciones de Zorita y Madrigalejo se me hace más pesado, las dehesas son menos espectaculares. El camino está lleno de hierbas y, por momentos, apenas dejan un camino estrecho con el que seguir con la bicicleta.
Una vieja encina llama mi atención y es que,a pesar de estar seca, mantiene toda la dignidad de un gran árbol, soportando el peso de un nido de cigüeñas.
Por fin llego a la estación de Madrigalejos. Los edificios principales igualmente abandonados y sucios. Me dispongo a comer algo y aunque hay dispuestos bancos y mesas, están al sol por lo que procuro buscarme una sombra. Algunos de las casa de la estación han sido rehabilitadas y están ocupadas. Pero nadie se ve a estas horas del día. Muy cerca de allí, una “huerta solar” , ¿querrán hacernos creer que en algo se parece a la frondosidad de una huerta?. Las placas solares deberían estar sobre los tejados de las viviendas unifamiliares dando independencia a las familias de la tiranía de las compañías eléctricas, que quieren hacernos creer que se han vuelto ecológicas... dejemos esto para otra ocasión.
Sigo el viaje y un puente me permite pasar por encima de la carretera entre Zorita y Madrigalejos sin peligro alguno. A partir de aquí el paisaje cambia. Se puede observar grandes extensiones de cultivo: frutales, arrozales y maíz. Sin embargo, la Vía tiene un tramo muy cerrado de vegetación, con tallos de zarzales ( zarzas) que cruzan casi desde una parte a otra del camino. Solo queda la posibilidad de intentar evitarlos dando bandazos con la bicicleta y prendiéndote en algunos, en otros casos. Un poco más adelante, la Vía atraviesa el Río Ruecas.
La siguiente estación que encuentro es la de Palazuelo. Como todas las de esta Vía, abandonada, como paralizada por el tiempo. Nos encontramos en una ZEPA , Zona de Especial Protección para las Aves, Arrozales de Palazuelo y Guadalperales, perteneciente a la Red Natura 2000. Cerca de la siguente estación, la de Rena, atravesamos el Río Gargáligas. En el puente por el que atravesamos el río, se ha instalado un observatorio de aves. Guardando el debido silencio y con un poco de paciencia puedo observar algunos patos que se mueven despacio por el agua. Nada más atravesar el río, y a través de un puente de madera podemos bajar a una chopera,, en la ribera del río, con zonas húmedas y un camino de cemento. El lugar es fresco, agradable para un corto paseo donde se puede escuchar multitud de pequeños pájaros, difíciles de observar de no guardar silencio y estar algo escondido.
Paso la estación de Rena y me encamino hacia Villanueva. A poca distancia de la estación, la vía del tren se pierde y debes seguir caminos agrarios. Hay que tener cierta prudencia porque es fácil despistarse en este tramo. Por fin recupero la Vía, elevada ahora sobre la vega del Guadiana, el que atravieso sobre un imponente puente. Nada más atravesar el puente, desde el que se pueden avistar muchas aves acuáticas que no soy capaz de distinguir por mi ignorancia, se pierde de nuevo la Via del tren. La entrada a Villanueva es algo caótica porque, aunque se hace a través de caminos agrícolas, no están bien indicados, por lo que acabo por perderme. Las indicaciones son correctas en dirección de salida, pero no para la entrada. Solo mi sentido de la orientación me lleva a encontrar de nuevo la vía y entrar por fin en Villanueva hasta la estación, donde por fin, puedo tomarme un par de cervezas frescas y comer un bocadillo, acompañado para el postre de unas cerezas de Cañamero.
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